OPINIÓN
Hoy os dejamos esta reflexión de nuestra compañera Sonia Román, una gran persona que ha trabajado con el proyecto de la Buena Madre durante mucho tiempo. ¡Gracias Sonia por estas palabras!
«A través de las acciones que se hacen desde Cáritas Diocesana de Huelva y las Cáritas Parroquiales, no sólo se benefician las personas que acuden a la entidad o a las parroquias y que forman parte de sus diferentes proyectos, sino también, de manera indirecta, a las familias en conjunto. Pero hay otras acciones que llegan a más personas, que pasan desapercibidas y no son contabilizadas en números, intervenciones que, sin aportar ayuda en especie, sin participación directa en algún programa, llegan y no son visibilizadas, pero son tan importantes como cualquier otra, pues desembocan en esperanza, en sonrisas y hasta en lágrimas de alegría.
Tener éxito en la vida, a veces no es sólo cuestión de aptitud ni de actitud, a veces es también cuestión de suerte, del sitio donde te haya tocado vivir. Somos afortunados quienes hemos nacido en un país que nos da todo lo que necesitamos, pues ya sólo por eso tenemos acceso a las oportunidades que, para quienes son de otros lugares menos afortunados las ganas, el tesón y la voluntad casi siempre son insuficientes. En nuestro país enviamos a nuestros hijos a estudiar fuera de casa, a otra ciudad o país para que se formen, aprendan el idioma y se labren un buen futuro, y nos aseguramos de que vivan en las mejores condiciones, nos encargamos de buscar el lugar donde vivirán, los recursos económicos para sustentarse y todo lo necesario para una vida de estudiante fuera de nuestra casa.
Pero hay otras familias que no preparan el equipaje ni despiden a sus hijos, a veces siendo aún muy niños, ya que éstos salen con lo puesto y de madrugada para que cuando noten su ausencia ya estén a kilómetros de su hogar. Ninguna madre dejaría marchar a su hijo si el viaje no es seguro. Para todas las madres pesa más el miedo que el hambre. Estoy segura de ello.
Por todo esto no puedo dejar de pensar que detrás de cada persona con la que trabajamos, hay una familia, y que cada paso hacia delante que damos, cada logro conseguido, cada objetivo alcanzado, no sólo tiene repercusión en la persona, sino que detrás de ese rostro, de esa persona con nombre y apellido, hay un padre, unos hermanos o una madre que en la distancia se emociona y da las gracias cuando ve como la oportunidad que no han podido dar a su hijo en algún lugar lejos de ellos le está llegando de alguna manera.
Somos personas, somos iguales, somos hermanos, independientemente del color, las normas culturales, la religión o los kilómetros que nos separe.
En la casa de la Buena Madre se trabaja con ilusión y esfuerzo día a día para que estos jóvenes que han abandonado sus países, y que han llegado al nuestro siendo menores y una vez han alcanzado la mayoría de edad y han tenido que abandonar el sistema de protección, o también jóvenes que no han podido acreditar al llegar a nuestras fronteras que no han cumplido los 18 años y han quedado fuera del sistema abandonados a su suerte, puedan contar con el apoyo necesario para que se valgan por sí mismos, ser autónomos, integrándose en nuestra sociedad trabajando por un futuro lleno de esperanza con el acceso a las oportunidades como nuestros jóvenes nacionales.
La casa de la Buena Madre acoge, acompaña, orienta, apoya. No es sólo una casa, es un hogar».